
¡ FELIZ 2011 !
Bulgari brilla en el Grand Palais parisino
EL MUNDO Juan Manuel Bellver Corresponsal en París
"Siempre voy a Bulgari porque es el más importante museo de arte contemporáneo", dijo una vez Andy Warhol. La frase del maestro del pop art sirvió de reclamo, este viernes pasado, para el vernissage de la exposición 'Bulgari au Grand Palais: 125 ans de manificence italienne', con la cual la legendaria joyería romana se da un baño de multitudes en las fechas previas a la campaña navideña.
A la fiesta privada bajo la inmensa nave acristalada del Grand Palais acudió esa noche toda la alta sociedad parisina, así como estrellas de relumbrón nacional e internacional: cantantes de la talla de Lenny Kravitz yo el reaparecido Johnny Hallyday y figuras del séptimo arte como Juliette Binoche, Carole Bouquet, Clive Owen, Vincent Perez, —Clotilde Courau, a quien muchos de los presentes felicitaron por su reciente éxito como estrella burlèsque en el renacido Crazy Horse— o Julianne Moore, la icónica protagonista de sus últimas campañas publicitarias. Si no tenías un pase VIP para codearte con el famoseo, no eras nadie, vaya. Y hasta aquí, la crónica mundana.
Centrándonos en la exposición, no se trata de una muestra programada —como la vecina retrospectiva de Monet, por ejemplo— por la Réunion des Musées Nationaux, organismo público que gestiona la programación oficial del Grand Palais, sino un evento corporativo financiado por la casa Bulgari bajo el alto patronazgo del Presidente de la República Italiana y apadrinado por la Comisión de Cultura de la Unión Europea. Tal es el poder de esta marca creada en Roma, en 1884, por el griego Sotirios Boulgaris y que hoy cuenta con 230 boutiques en todo el mundo.
En el emblemático edificio beaux arts de 1900 que ocupa una esquina del rond point de los Campos Elíseos, la familia Bulgari —que aún posee el 55% de la empresa—, con Paolo y Nicola a la cabeza, se ha dado un homenaje similar al que montaron el año pasado en el Palazzo delle Esposizioni de Roma bajo el título de 'Bulgari: tra eternità e storia'. Esta segunda muestra reagrupó 603 obras maestras en la historia de la marca y estará abierta al público de la capital francesa hasta el próximo 12 de enero, para viajar después en primavera a Shanghai y Pekín.
Según Francesco Trapani, presidente ejecutivo de Bulgari y miembro de la familia por parte de madre, "exponer nuestras joyas en este gran lugar, es lo máximo a lo que podemos aspirar". ¿Y a qué vienen dos exhibiciones antológicas tan seguidas y esta posterior gira asiática de la Bulgari Vintage Collection que anuncian para 2011? Chi lo sa? En todo caso, a la firma le viene bien hacer un poco de ruido mediático tras haber logrado superar en 2010 los inquietantes números rojos de 2009. ¿Y qué mejor para ello que mostrar al ciudadano medio los objetos de deseo de varias generaciones?
Ahí están, entre otras piezas históricas, el collar que perteneció a la princesa Grace Kelly, una sala entera dedicada a la colección privada de Elizabeth Taylor y otras creaciones emblemáticas lucidas en su momento por celebrities como Anna Magnani, Monica Vitti, Claudia Cardinale, Sofia Loren, Romy Schneider, Ingrid Bergman, Gina Lollobrigida o la emperatriz persa Soraya.
Todo, dispuesto en un recorrido cronológico dividido en ocho partes, que permite comprender la evolución en el diseño de la más ilustre joyería transalpina: desde sus primeros tiempos, de clara influencia neoclásica, otomana y bizantina, con preponderancia de la plata, hasta piezas más contemporáneas, de diseño audaz y casi brutal, realizadas en oro, platino o acero negro, pasando por el elegante periodo Art Déco y su gusto por los diamantes.
La exposición se completa con algunas salas secundarias en las que se pueden contemplar documentos, dibujos, bocetos de diferentes periodos y artistas, así como fotografías de algunos de sus más famosos clientes.
Bulgari au Grand Palais: 125 ans de manificence italienne estará abierta al público todos los días hasta el 12 de enero de 2011, en la Nef du Grand Palais (Campos Eliseos, París), en horario de 10.00 a 20.00 horas y hasta las 22.00 horas los miércoles, viernes y sábados. Entradas anticipadas en http://www.fnac.com/.
Sakineh y la batalla de los símbolos
Bernard Henri-Lévy
La campaña de desprestigio emprendida por las autoridades iraníes contra Sakineh Ashtianí, además de aterrorizar a la víctima, trata de ridiculizar a Occidente y de poner a prueba la firmeza de la opinión pública
Esta semana hubiera querido repetir por qué Marine Le Pen no es menos radical que su padre, sino infinitamente más peligrosa. O por qué Jean-Luc Mélechon es la mejor carta de Sarkozy, pues es el mejor medio, llegado el momento, de debilitar a su adversario y de eliminarlo -como a Jospin- de la segunda vuelta de las presidenciales. Hubiera querido tratar a fondo el extraño asunto Wikileaks y todas las cuestiones políticas y filosóficas que plantea u obliga a plantear. Pero esperaré para hacerlo. Habrá otras ocasiones y, por tanto, esperaré, pues no puedo dejar de volver, una vez más, sobre el caso Sakineh y sobre la alocada semana que acabamos de dejar atrás.
Primero llegó la falsa noticia de su posible liberación, que, en unos minutos, recorrió todas las redacciones, invadió los medios de comunicación del planeta -tanto escritos como audiovisuales- e inflamó la blogosfera. El que en La Règle du Jeu olfateáramos enseguida la trampa no es el problema (ni tampoco es especialmente meritorio, dada la red de informadores, blogueros y twitteros iraníes que hemos conseguido "monitorizar" desde hace un año en torno a Armin Arefi). El problema es la barbarie del procedimiento. Su insondable crueldad. Es ese arte consumado de dar una de cal y otra de arena, de dosificar el terror y la esperanza, en el que los iraníes, como todos los totalitarios, se están convirtiendo en maestros. Los nazis hacían simulacros de ejecución. Ellos organizan simulacros de liberación. Pero, en el fondo, es lo mismo. Con un triple objetivo. Aterrorizar a la víctima -imagino que fue el caso-. Ridiculizar a Occidente: "allá donde hay cabrones, siempre hay tontos; nosotros tal vez seamos unos cabrones, pero ustedes seguro que son nuestros tontos útiles" -desgraciadamente, se trata de un mensaje recibido-. Y, sobre todo, poner a prueba a la opinión pública, tomarle la temperatura, comprobar si aún nos sentimos concernidos por el asunto o si nuestra versatilidad legendaria ha dado cuenta de nuestra pasión y ya hemos pasado a otra cosa; y aquí, en cambio, el resultado no ha sido el esperado, pues la reacción a la noticia, la ola de emoción que ha recorrido el mundo, ha tenido al menos el mérito de demostrar que la movilización no se ha debilitado.
Después llegó, y esto fue más abyecto aún, la verdadera falsa reconstrucción del asesinato del marido, difundida en la cadena de televisión iraní destinada al público extranjero en general y anglosajón en particular. En ella se veía a Sakineh entrando en escena al son de una música melodramática. Luego se acercaba a un armario de cocina del que sacaba una jeringa que llenaba con un líquido extraño. A continuación se la veía inyectárselo a un cuerpo tendido, que simulaba dormir, en el que se reconocía fácilmente la silueta de Sajad, su hijo. La ignominia llegaba a su culmen. Cuesta imaginar -o, por el contrario, lo imaginamos demasiado bien- qué "argumentos" debieron de emplear para hacer que el adolescente desempeñase así, en una puesta en escena destinada a confundir a su madre, el papel de su padre muerto. Pero, una vez más, la maniobra ha fracasado. Se trataba de desacreditar a Sakineh. Se trataba de decirnos: "Ustedes creen defender a una víctima, a una madona de los derechos humanos, un icono, cuando en realidad se trata de una criminal". Salvo que, en este terreno, los iraníes aún tienen que tomar algunas lecciones. La próxima vez tendrán que producir imágenes más convincentes que este docudrama grotesco que no consigue hacer olvidar ni sus entresijos ni todo lo que se adivina "fuera de campo". Y más teniendo en cuenta que cierto número de signos (la voz, su silueta, ese lunar nuevo sobre la mejilla, la nariz, el hecho de que hablase un persa impecable, cuando Sakineh, que es azerí, domina mal la lengua oficial del país) sugerían que se habían buscado una falsa Sakineh para, excesivamente maquillada, con las cejas hábilmente depiladas y una sonrisa pícara en los labios, hacerle representar el papel de la verdadera. Lamentable. Diabólico, pero lamentable.
A estas alturas, y aunque el despliegue de estratagemas destinadas a desacreditarla no ha tenido el efecto esperado, es evidente que las autoridades iraníes han hecho de Sakineh el objetivo de una batalla que va más allá de su modesta persona. ¿Por qué? ¿Con qué finalidad? ¿Y qué sentido tiene este misterio de iniquidad que convierte a un ser simple, inocente en todas las acepciones de la palabra, en la apuesta de este pulso planetario? Cuando llegue el momento, tendremos que plantearnos esta pregunta y darle respuesta. Por ahora, la realidad es esta. Hemos hecho de ella un símbolo. Y ahora tenemos que ganar, sin más demora, esta batalla de símbolos. Porque, según la misma justicia iraní que, con ocasión de su proceso, hace cuatro años, la declaró libre de toda sospecha, Sakineh no tiene nada que ver con el crimen que hoy intentan cargarle para derrotar a Occidente. Y porque detrás de su rostro, su verdadero rostro, no el de las marionetas que nos presentan en su lugar, está esa noche iraní en la que decenas, tal vez centenares, de mujeres son víctimas de la misma injusticia que ella y en la que las demás, todas las demás, son tratadas como cosas, menos que nada, animales, y por eso se rebelan. Las mujeres son la imagen del Irán fanático y oscurantista de hoy. Pero también son su futuro.
Traducción: José Luis Sánchez-Silva
ROGER SALAS EL PAIS
De una humilde familia campesina a estrella del ballet en Pekín. De la rigidez comunista a apostar por la libertad desde EE UU. La deserción de Li Cunxin recuerda mucho a Nureyev y Barishnikov. Ahora, ya retirado, una película relanza su fama.
El caso de Li Cunxin resulta conmovedor. Parte de una historia autobiográfica contada con sencillez y de un drama: el deseo de libertad en la vida y en el arte, por ese orden. Hoy, con 49 años, bailarín retirado y alejado de la profesión de la danza, el artista pasaría por uno más de los miles de empresarios chinos que pululan por todas partes. En cierto sentido, él es parte de esa diáspora gigantesca, pero oculta unas razones muy diferentes.
A simple vista, sería difícil calcular la edad de Li Cunxin; delgado, elástico, su mata de pelo liso negro intacta junto a una piel lozana y unos modales corteses muy orientales. No falta la sonrisa, expansiva y constante, como un sello. En su caso no podemos hablar de vocación por la danza y el ballet: "Al principio no me gustaba nada, odiaba el ballet", comienza a relatar con cierta parsimonia. "Cuando me eligieron, no tenía idea de lo que era aquello y me hacía una imagen lejana de las bailarinas en las puntas de los pies en equilibrio. En mi zona, las campesinas llevaban los pies vendados y caminaban sobre los talones; así que tenía miedo de terminar como ellas. Los primeros tres años fueron muy difíciles, el ballet era aburridísimo para mí, un muchacho de campo. Me sentía como un pájaro enjaulado, quería salir, escapar; no le encontraba sentido alguno al ballet, pero entonces, gracias a mis profesores, empecé a amar aquello. Especialmente el profesor Xiao fue importante en esto, que me demostró que podía hacerlo y desarrollar mi talento".
Hoy Li Cunxin tiene sobradas razones para sonreír: su libro autobiográfico con más de un millón de ejemplares vendidos y un filme en cartelera dirigido por el oscarizado Bruce Beresford: El último bailarín de Mao (recién estrenado en España). Ahora está de gira promocional por todo el mundo con agotadores pases de la película, preguntas, sesiones fotográficas... Pero Li Cunxin parece estar discretamente encantado de su éxito. Ya estaba acostumbrado a los aplausos en su carrera de bailarín clásico, primero en China y luego en Norteamérica. Le descubrió muy joven el coreógrafo inglés Ben Stevenson en su primer viaje a China, e hizo que fuera invitado a Houston (Texas), donde se enamoró y protagonizó un sonado escándalo diplomático cuando estuvo retenido contra su voluntad en el consulado chino. Consiguió lo que se proponía, y bailó en libertad hasta recalar en Australia, donde vive apaciblemente instalado con su mujer, una ex bailarina que fue partenaire de sus éxitos, tres hijos y una vida con leyenda.
Después de las grandes deserciones de los rusos Rudolf Nureyev, Mijaíl Barishnikov o Natalia Makarova, de los cubanos Rosario Suárez y Rolando Sarabia (por solo mencionar grandes estrellas), estaba cantado que faltaba un bailarín de ballet chino que huyera del régimen maoísta. La escapada de Li Cunxin fue algo tardía, pues ya la férrea estructura dictatorial estaba resquebrajada. Ballet y libertad parecen que van unidos, sin embargo han florecido en regímenes terribles y dictatoriales (la Unión Soviética, China, Cuba), pero a la vez, el ballet sirve después para llegar a la libertad. El mundo del ballet está plagado de historias de defecciones como la suya: "Rusos y cubanos tenían una formación que partía de los métodos rusos, y en realidad los bailarines chinos también teníamos algo parecido: la raíz en la escuela rusa. Es cierto que la presión política en mi época era terrible y mientras los cubanos y los rusos podían bailar El lago de los cisnes, Giselle o Don Quijote, nosotros los chinos solo podíamos hacer ballets políticos. ¡Soñábamos con los ballets románticos! Y creo que de ahí parte ese deseo de libertad artística, de entender el ballet como una forma artística universal donde al querer llegar a ser el mejor solo puedes conseguirlo sin restricciones territoriales o fronteras".
Li Cunxin estuvo en medio de una generación que vivió los avatares de la Revolución Cultural y donde el ballet era una rareza, pues como dice Hsu Tao-ching, la verdadera demostración de la universalidad del ballet llega con la asimilación de la danza clásica occidental en China, con tan diferentes metros musicales y conceptos estéticos; a lo que el bailarín puntualiza: "La danza tradicional china tiene unos patrones contrarios a los del ballet y muy diferente a las formas occidentales; en cuanto a los movimientos, lo mismo, pues la ópera china responde a diferentes estímulos físicos, y ese fue uno de los empeños absurdos de Madame Mao, unirlos. Las posiciones del cuerpo y las líneas son muy diferentes; mientras en el ballet se gira el cuerpo hacia fuera, en la danza china es hacia dentro".
Parte de la explosión china hacia el exterior se ha basado en un estilo de ballet acrobático muy popular donde las bailarinas trepan en puntas hasta la cabeza del acompañante, una cosa que horroriza a los puristas y que a Li Cunxin también produce dentera: "Lo veo más cercano al circo, no lo puedo ver como ballet de verdad, no es artístico, no hay sentimientos expresados sino solamente una técnica espectacular, deslumbrante dentro de nuestra tradición acrobática, pero carente de contenido. Creo que esas acrobacias entretienen, pero no llegan al corazón de las personas".
Tras tranquilizarse las cosas, al menos en parte, Li Cunxin ha comenzado a volver a China, pero no le gusta todo lo que ve allí: "Sí y no. Es contradictorio, es un choque de culturas. Por un lado, ahora tienen una vida mejor, pero también se pierden tradiciones muy valiosas".
Li Cunxin ha tenido tres hijos con su mujer, la bailarina australiana que le ha acompañado todos estos años, e insiste en que sus hijos amen su parte china: "He inculcado a mis hijos que valoren su herencia china, pues cuando pase el tiempo es importante que sepan objetivamente qué ha pasado y que se sientan orgullosos de haber nacido en un mundo libre, que valoren la suerte que han tenido. De mis tres hijos, el chico solo piensa en el baloncesto; a las dos niñas les gusta la danza, pero no creo que para dedicarse a ello profesionalmente. Al vivir en Australia, estoy cerca de China, y voy dos o tres veces al año a ver a mi madre".
El ídolo de Li Cunxin era Mijaíl Barishnikov (en la escuela veían a escondidas los vídeos del bailarín disidente), pero otros bailarines también le habían encandilado: "Rudolf Nureyev y Vladimir Vasiliev fueron los mejores, los más perfectos. Una vez en Nueva York bailé El Lago de los cisnes; al día siguiente, en una sala de ensayos, Barishnikov pasó a mi lado, me palmeó el hombro y me dijo: '¡Muy bien!'. Me parecía un sueño que mi ídolo me hubiera visto bailar y luego me dijera eso".
Tanto en el libro como en la película quedan muy bien reflejadas las duras condiciones de vida de la escuela de Pekín, un centro que estaba alejado de la escuela oficial del Ballet Nacional de China, algo así como una escuela alternativa más politizada: "Era exactamente así. Madame Mao [Jiang Qin, la esposa de Mao Zedong] quería que estuviéramos alejados de las distracciones y tentaciones de la ciudad, más cerca de los campesinos". Esta temible señora cercenó carreras y prohibió mencionar a otros, como el notorio caso de Wu Xiaobang, uno de los pioneros del ballet moderno en China, cuya biografía fue censurada. "Con la Revolución Cultural muchos artistas de esa época fueron represaliados y hasta asesinados, las academias estuvieron cerradas 10 años, a los maestros los mandaron a granjas de cerdos y algún profesor mío sufrió ese mismo tipo de persecución". Y hay quien piensa que todas las heridas no están cerradas y que en China no todos han perdonado a Li Cunxin. "La nueva generación de líderes quizás sí me ha perdonado de verdad, pero para los antiguos dirigentes sigo siendo un desertor".
China ha cambiado tanto que los productos de la Revolución Cultural donde las bailarinas aparecían sobre las zapatillas de puntas, pero de uniforme y con un fusil, como en El destacamento rojo de mujeres o La chica del pelo blanco, se ven ya como cosas exóticas. La gran duda es si deben ser preservados, si tienen algún valor artístico. "Yo mismo bailé La chica del pelo blanco. Artísticamente puedo decir que no hay valores, pero en su contexto específico se deben mantener como elementos históricos. Le puedo decir que era terrible bailarlos... ¡y verlos!".
Cuando nuestro héroe dejó de bailar se alejó de la danza, lo que resulta extraño, pues casi todos los bailarines cuando se retiran continúan vinculados a ese mundo, como maestros, coreógrafos, directores de compañía... "Mi mujer renunció a su carrera porque nuestra hija mayor nació sorda y ella se dedicó por completo a enseñarla a hablar. Sigo teniendo relación con el Ballet Nacional de Australia y, de vez en cuando, ayudo a bailarines jóvenes que empiezan".
Al mirar atrás y verse sobre la escena, Li Cunxin no puede ocultar un deje romántico: "Me gustaba hacer Romeo y Julieta, y me gustaban sobre todo las nuevas creaciones, el reto de desentrañar lo que el coreógrafo quería obtener, trabajar juntos durante semanas y a veces desechar todo y empezar de cero otra vez".
En esta vida novelesca, el coreógrafo inglés Ben Stevenson juega un papel decisivo al fijarse en él durante su primer viaje a China: "Sin duda Ben es muy importante en mi vida. Ha sido como un segundo padre. Cuando me retiré, creó un último ballet para mí, lo que fue muy emocionante. Nos reencontramos en el estreno de la película y así subimos al escenario los personajes reales y los actores que nos interpretan". El propio Li participó en el casting para seleccionar al bailarín que se mete en su papel en el filme: "Hay tres actores en la película, uno niño, otro adolescente y el que hace de Li Cunxin adulto, que es hijo de dos de mis profesores de la academia".
¿Cree que se verá en China la película El último bailarín de Mao? "No lo creo. Por ahora no lo veo factible".
En The Tourist Johnny Depp es Frank, un turista americano, y profesor de matemáticas, que decide refugiarse en la ciudad de los canales para recuperarse de un desengaño amoroso. En el viaje una bella mujer llamada Elise ( Angelina Jolie ) se cruza en su camino. Frank se siente atraído por ella y ambos inician una aventura amorosa. Inesperadamente, la pareja se ve envuelta en una red de intriga a niveles insospechados. Frank aún no lo sabe, pero su encuentro con Elise no ha sido fruto de la casualidad, sino más bien un plan premeditado.
The Tourist está dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck, creador de la oscarizada La vida de los otros. Se trata del remake de la cinta francesa El secreto de Anthony Zimmer ( 2005 ) de Jérôme Sale, y donde la intriga y el suspense son sus principales atractivos y van dando poco a poco paso a la sensación de que nada es lo que parece. Además de Venecia nos cansaremos de ver en la cinta las típicas imágenes de París, la otra ciudad donde se desarrolla la trama. Von Donnersmarck considera que es como un regalo de navidad para los espectadores. La verdad es que al principio del proyecto, acordamos no ver la película original para hacer algo novedoso. Hubiera sido un reto copiar la original al cien por cien, hay similitud en algunos detalles pero no en la trama.
Junto a Depp y Jolie podremos ver a Paul Bettany, Timothy Dalton, Rufus Sewell y Steven Berkoff, y se estrenará el próximo día 30.