jueves, 27 de enero de 2011

Tristán e Isolda

Esta tarde comienzan las representaciones del quinto título de la Temporada de Ópera de Oviedo, tras L’incoronazione di Poppea de Monteverdi, El trovador de Verdi, Katia Kabanova de Janácek y L’elisir d’amore de Donizetti. Se trata del siempre difícil título wagneriano Tristán e Isolda. Bajo la dirección de Guillermo García Calvo, cuenta con Robert Dean-Smith el papel de Tristán, quien ya representó el mismo rol en el Metropolitan de Nueva York, y con Elisabete Matos que dará vida a Isolda.
Drama en tres actos, compuesto entre 1857 y 1859 y estrenada en Múnich el 10 de junio de 1865, como curiosidad apuntaremos que en nuestro país se estrenó el 8 de noviembre de 1899 en el Gran Teatro del Liceu de Barcelona, está considerada por los expertos en la obra de Wagner como una obra cumbre, de clara influencia en otros compositores como Alban Berg, Arnold Schoenberg o Richard Strauss.
Pero dejemos que sea Wieland Wagner, fundamental director de escena en la historia del Festival de Bayreuth tras la Segunda Guerra Mundial, suyo fue el montaje de Parsifal en 1951 que sirvió para abrir esta nueva etapa, y nieto del autor, quien nos regale estas reflexiones sobre la obra de su abuelo.





Reflexiones sobre el mito de "Tristán e Isolda" de Wagner


Parece muy ingrato e incluso superfluo escribir sobre el "Tristán" y persuadir así al oyente de que reflexione sobre esta obra de Wagner. "Tristán" está considerada generalmente como la más musical de sus obras. Es el punto culminante y el ocaso de la música romántica y, a la vez una puerta abierta a la música atonal de nuestro siglo. Sin embargo, no sólo los adversarios, sino también los adeptos de Richard Wagner saben que éste en su condición de músico puro, no era capaz de componer otra cosa que música no inspirada (excepción hecha del "Idilio de Sigfrido"), si no sufría la inspiración interna por un gran tema humano.

"Tristán e Isolda" es, como "El anillo de los Nibelungos" y "Parsifal" una obra mitológica -no un mito del mundo de Edda, ni un mito del poder-, pero sí un mito del mundo de Edda, un mito transmitido por las antiguas leyendas célticas, mito del Eros mortal, del adulterio y de la pasión destructora. Toda pasión como si fuese una enfermedad de fatal desenlace, destruye a los que se entregan a ella, tanto física como moralmente. El mito de "Tristán e Isolda" carece de autor. Su origen y su sentido tienen que quedar, por lo tanto, en la oscuridad, ya que el mito es la expresión anónima de verdades colectivas y no está sometido -como la obra inventada por un individuo- a las exigencias estéticas. El mito se caracteriza por la fuerza que ejerce sobre nosotros, incluso si nos defendemos de sus verdades y de las experiencias que simboliza, aunque protestemos racionalmente contra la oscuridad que envuelve los hechos.

El mito es siempre actual; no importa que se trate de la moralidad desusada y de las instituciones de la caballería que se vuelven con vehemencia en contra de la pasión antisocial que sólo busca la noche y halla la gloria en la muerte, o que se trate de nuestra sociedad actual que se cree tan emancipada. Toda pasión se vuelve en contra del orden adquirido y significa un peligro mortal para la sociedad. El propio Richard Wagner permanece bastante objetivo al restablecer, por medio del personaje de Marke -al contrario de cómo se manifiestan los soñadores, para los cuales la felicidad, la sociedad y la moral ya no existen y que consideran el amor como destino, como la más deseable fatalidad- las realidades innegables de este mundo: poder, gloria, honor, fidelidad, amistad.

Detrás del drama están los arquetipos: la madre que da a la hija el veneno y el antídoto para su viaje hacia la vida conyugal, que, en realidad, es un viaje hacia la muerte, y Morold, el gigante irlandés, que busca en Cornualles, como el Minotauro, mujeres jóvenes y gente joven como tributo. En el caso de Wagner este personaje de leyenda se convierte en el prometido de Isolda, con el que pelea Tristán. La espada de Morold está envenenada y Tristán, tras esta lucha con el monstruo, ya no tiene esperanzas de sanar. Sin velas, sin remos y sin timón, Tristán, herido, sube al barco que le llevará al lado de Isolda, la única capaz de salvarle. ¡Qué imagen la de esta salida mística, la de esta entrega a una gracia desconocida!

El propio Tristán ha nacido en la desgracia, sin padre, como Siegfried y Parsifal. Su madre, Blancaflor, muere como Sieglinde y Herzeleide.

El rey Marke, el cual, según la leyenda, es hermano de Blancaflor, ha adoptado al niño y ha hecho de él su sucesor. Puede que fuera costumbre y correspondiese a los hábitos de esos tiempos lejanos, pero la extraña interpretación según la cual Tristán habría sido verdaderamente hijo de Marke (como puede leerse todavía hoy en la célebre piedra en Castle Dor), me parece mucho más profunda. La lucha eterna entre padre e hijo -el conflicto más célebre de la humanidad, después de la explicación dada por Freud de las relaciones entre Edipo, Jocaste y Laios- que Wagner no trata sólo en la dramaturgia, sino también musicalmente como segundo tema en el "Tristán", me parece infinitamente más trágica y mística que el adulterio de Tristán con la mujer de su tío.

En este trío: Marke, Tristán, Isolda, el personaje de Melot resulta curiosamente ambiguo. El vasallo Melot, según la concepción moral de la época feudal, estaba sin duda obligado a señalar a su amo todo aquello que pudiese lesionar sus derechos o su honor. En este sentido, Melot resultaría un traidor sólo por el hecho de haber callado al enfrentarse con Marke. A pesar de esto, sigue siendo Melot, incluso en la obra de Wagner, el prototipo del traidor; traidor a los que le aman, ya que es persentado en la jerarquía de personajes como el mejor amigo de Tristán. A decir verdad, Melot es sólo una víctima de su pasión por la "mujer fatal", Isolda a la que, como Tristán y Marke, queda subyugado a partir del momento en que la ve por vez primera.

El dramaturgo Wagner ha realizado una transformación fundamental en lo que se refiere al filtro de amor, tal y como lo concibe la tradición. Este filtro representaba, hasta Wagner, la "coartada" de la pasión. No puede imaginarse forma de describir un amor pasional que lo único que deseaba era la muerte, una pasión condenada por la por la Iglesia como pecado mortal, considerada por la caballería y sus órdenes sociales como locura, juzgada por el lector como exceso enfermizo o como un "caso" psicopatológico. Para Wagner, el filtro de amor no es otra cosa que un medio teatral para hacer visible la fatalidad del amor, al que están atados A Tristán e Isolda. Beben inconscientemente un brebaje envenenado que les permite finalmente, ya que apenas les quedan unos segundos, confesarse su pasión y franquear así las barreras establecidas por ellos mismos, sin entrar en conflicto con la ley del mundo y del "Día".

En realidad, ¿qué es lo que separa a los amantes?, ¿por qué, desde el primer compás del preludio su unión conyugal es ya imposible?, ¿por qué no pueden llegar a ser felices según las concepciones burguesas de la vida? Situación sin porvenir: cuando Tristán contempla conscientemente a Isolda por vez primera, se cree ser, a los ojos de ella, el asesino de su prometido. Más aún: ¿no le ha hecho traer la cabeza de Morold que había cortado en un arranque de salvajismo y de imperdonable arrogancia? Sobre esta cabeza iba Isolda a descubrir los residuos de la espada mortal. Después y con motivo de su segundo encuentro, viene como vasallo de Marke en busca de la princesa más bella para llevársela a su adorado soberano. El propio Tristán -no hay que olvidarlo- no tendría más de dieciséis o diecisiete años, como Isolda, y se considera -lo que no deja de causar extrañeza- de una condición demasiado modesta e inferior con relación a la célebre princesa irlandesa. Incluso después de la catástrofe en el barco, no duda Tristán ni por un momento en ceder al rey la mujer amada y a dejarle así a Isolda para la noche de bodas.

En este punto es más clemente la leyenda que Wagner, al permitir que actúe Brangäne. Sin Marke, no habría tenido Tristán otra solución que la de casarse con Isolda, idea imposible de imaginar. Nadie puede imaginarse que Tristán e Isolda hubiesen podido casarse, lo que hubiera sido la negación misma de la pasión. Isolda no es mujer con la que se casa uno. Tampoco es una "mujer inspiradora" como Evchen, sinó una "mujer fatal". Como esposa dejaría de ser lo que es, como Senta, Elsa o Elisabeth.

Si penetramos en el fondo de las cosas, nos damos cuenta de que era sólo el deseo de la muerte, la pasión de la noche, los que dictaban todas las decisiones de Tristán e Isolda. Claro está, que se amaban, pero cada uno sólo amaba al otro partiendo de sí mismo. En un arranque profético y profundamente trágico descubre Isolda este secreto: "Mir erkoren, mir verloren" (Alma elegida, alma perdida), ya que ella también sube al barco que va a llevarla, sin ofrecer la menor resistencia, como el barco funesto sobre el Styx "del Oeste al Este", hacia la noche y la muerte. Se deja llevar sin resistencia a los brazos de Marke. Comete adulterio en el éxtasis, no tanto para festejar el amor, como para festejar la muerte. Al ver que Tristán ha sido herido mortalmente por Melot, ni siquiera piensa seguirle, sinó que sigue viviendo en el castillo de Marke: gestos increíbles difícilmente imaginables en el caso de otra mujer que no fuese Isolda. Con su decisión: "Los den Anker, das Steuer den Winden Segel und Mast" (Soltad el ancla y dad el timón a la corriente y las velas y los mástiles y los vientos), ha perdido Tristán el día y la noche. También él ha llegado a enterarse, por fin, de lo que los místicos de Occidente han reconocido: el viejo y serio cantar, "aburrirse y morir" significa también su destino. El olvido total, al que se entrega con intenciones suicidas en el segundo acto, después de haber incurrido en culpa, respecto a Marke, y también, respecto a Isolda, le rechaza. Isolda está lejos y lo ha traicionado visiblemente. Lo que constituía su existencia de caballero: gloria, poder, fidelidad, lo ha desecho torpemente. Fracasa en el infierno de la soledad. ¿Qué le puede llevar el consuelo de una amistad de hombre en la persona de Kurwenal? ¿Y qué le puede dar su patria? Su espíritu se consume maldiciendo la vida, como lo expresa Fausto:

"Maldición a esta gracia del amor supremo.
Maldición a la Esperanza. Maldición a la Fe,
Maldición a la Paciencia"

Es sólo entonces, cuando su alma consigue liberarse gracias a una visión mística de la "mujer eterna", liberarse por una experiencia está tica del Eros cósmico, liberarse, por fin, para penetrar -en un ritmo dionisíaco- en la eternidad. Ebrio de una locura sagrada, y padeciendo la obsesión del terror y pánico que le produce la idea de volver a hallar viva a Isolda, rompe Tristán sus ligaduras para escapar definitivamente a una unión física con ella.

¿E Isolda? También muere de muerte física para vivir la liberación de su alma en una visión mística. Los dos, Tristán e Isolda, alcanzan, al morir -como en una última revelación- la pasión total.

Conclusión de la pasión en la muerte: este elemento místico descubre la significación profunda del mito de Tristán que, en la tradición de las leyendas a través de los siglos -exactamente, como el mito en el "Anillo" y en "Parsifal"- fue ocultada y oscurecida por accesorios épicos, pintorescos y morales. No ha sido casualidad que el mito de Tristán, como del de Don Juan, haya encontrado su expresión definitiva y perfecta en la ópera y en la música. La música sola es digna de la tragedia, por ser a la vez su madre y su hija.

Wieland Wagner

Digitalizado por Jorge Carrillo






Sinopsis de la ópera Tristán e Isolda de Richard Wagner

Acto I

La leyenda de Tristán e Isolda se lleva a cabo durante la Edad Media, época en la que prevalecen los caballeros y sus valores. A bordo de un barco que viaja desde Irlanda a Cornwall, una voz de marinero resuena desde las jarcias. Su canto sobre una joven irlandesa fastidia a la ardiente Isolda, quien está siendo tomada por Tristán como novia para su tío, el Rey Marke. Isolda desea que el barco se hunda antes que se cumpla su odiado destino. Su compañera, Brangäne, intenta, en vano calmarla. En lugar de ello, Isolda está enfurecida con el caballero Tristán, a quien ella observa, parado sobre la cubierta, evitándola: al tener que entregarla a su tío, él no muestra consideración por los sentimientos de Isolda. Ella envía a Brangäne para que convoque a Tristán, quien le envía cortésmente, una evasiva respuesta. Su sincero compañero, Kurwenal, sin embargo, le dice a Brangäne que Tristán no es un vasallo que está a la entera disposición de Isolda. Avergonzado por este arrebato, Tristán envía a Kurwenal afuera, pero no antes éste ha entonado un insolente verso acerca del prometido de Isolda, Morold, a quién Tristán había matado en combate poco tiempo atrás. Los marineros continúan el estribillo mientras que la alicaída Brangäne regresa junto a la furiosa Isolda, quien le recuerda que luego de que Tristán llegara a Irlanda para recolectar impuestos para el Rey Marke y matara a Morold, ella misma lo atendió y cuidó hasta que sanara, empleando los conocimientos de su madre sobre las hierbas y la magia. Cuando ella descubre que él fue el asesino de su prometido, ella lamenta su acto de caridad pero cuando el miraba amorosamente sus ojos, ella se apiadaba de él. Ahora el delibera sobre sus sentimientos para con su tío. Ella arroja una maldición sobre su cabeza y desea la muerte para ambos (Tristán y Marke). Brangäne intenta decirle a Isolda que no es deshonroso casarse con un rey, y que Tristán simplemente está cumpliendo con su deber. Isolda responde macabramente que ello muestra su escasez de amor por ella. Cuando Brangäne recuerda a la joven, que su madre le otorgó su arte secreta, Isolda le dice a Brangäne que prepararán una de las pociones de su madre—la que trae la muerte. Un grito desde la cubierta, que exclama ¡Tierra a la vista! es seguido por la llegada de Kurwenal, quien insta a Isolda a que se prepare para el desembarco. Ella replica que no acompañará a Tristán hasta que él se haya disculpado con ella por sus ofensas. Kurwenal lleva el mensaje a su señor, mientras que Isolda fuerza a Brangäne a servir la poción. Tristán aparece, saludando a Isolda con fría cortesía. Cuando ella anuncia que desea satisfacción por la muerte de Morold, Tristán le ofrece su espada, para tomar venganza. Pero esto violaría la hospitalidad del Rey Marke y sus propios votos replica ella. Lo mejor sería que ella y Tristán hicieran las pases con una bebida de la amistad. Sabiendo que ella se refiere al envenenamiento de ambos, él bebe, y ella hace lo mismo. Esperando la muerte, ambos intercambian una prolongada mirada de amor, y caen en un abrazo apasionado. Brangäne admite haber mezclado una poción de amor mientras las voces de los marineros aclamaban la llegada del barco a Cornwall.

Acto II

En un jardín del castillo de Marke, los cuernos distantes dan señal de la partida del rey y su séquito a una fiesta de cacería. Impaciente por encontrarse con Tristán, Isolda cree que la fiesta es a lo lejos, pero Brangäne le advierte sobre los espías, particularmente Melot, un caballero celoso a quien ella ha visto vigilando a Tristán. Isolda dice que Melot es amigo de Tristán y urge a Brangäne para que sacara la antorcha y así Tristán pudiera acercarse. Brangäne sabe que ello es imprudente, pero cuando ella lamenta haber cambiado las pociones, Isolda le dice que fue el poder de las reglas del amor y el destino los que guiaron sus manos a hacerlo. Enviando a Brangäne para que vigile, Isolda misma saca la antorcha y saluda a Tristán con entusiasmo. Ambos saludan a la oscuridad, la cual destierra la luz de la realidad diaria y las falsas apariencias. Fueron las fuerzas de la luz del día, exclama Isolda, las que han causado que Tristán se comportara convencionalmente y la trajera desde Irlanda; la poción, el poder del amor, los ha liberado de esa ilusión. Sintiéndose seguros en la veracidad de la noche, ellos dan la bienvenida a los abrazos. La voz distante de Brangäne les advierte que la noche pronto se atenuará y que el peligro será revelado, pero los amantes comparan su olvido con la muerte, la cual les otorgará la unión total. Su idilio es destrozado cuando Kurwenal los interrumpe con una advertencia: el rey y sus seguidores han regresado, dirigidos por Melot, quien ha denunciado a los amantes. Conmovido y preocupado, Marke declara que fue el mismo Tristán quien le instó a que se casara y fue él quien eligió a la novia, y le pregunta como es posible que un caballero a quien él amaba tanto pudiera deshonrarle. Tristán dice que no puede responder, luego se vuelve hacia Isolda y le pregunta si lo seguirá al reino de la muerte. Ella acepta, y Melot se precipita hacia delante, desenvainando la espada. Herido, Tristán cae en brazos de Kurwenal.

Acto III

Afuera en Kareol, en el castillo, hogar de Tristán en Bretaña, el caballero yace gravemente herido, al cuidado de Kurwenal. A un Pastor que pregunta por su maestro, Kurwenal responde tristemente que sólo la llegada de Isolda, con sus artes mágicas puede salvarlo. El Pasto accede a cambiar la triste melodía que está tocando en su flauta tan pronto como vea acercarse un barco. Tristán pregunta donde se encuentra, luego, delirando dice que ha visitado el reino de la noche y que retornará allí. El se aferra a la vida sólo para encontrar a Isolda y llevársela con él. Tristán agradece a Kurwenal por su devoción, luego imagina que ve el barco de Isolda aproximándose. Pero el Pastor aún toca la triste melodía: el mar está vacío. Tristán recuerda la melodía, que escuchaba cuando era niño en conexión con la muerte de sus padres y la cual, luego asoció con su propia aproximación a la muerte luego del duelo con Morold. El desea que la medicina de Isolda le hubiera dado paz en lugar de haberle hecho revivir el sufrimiento y los tormentos de sus añoranzas. Una vez más él se desvanece, luego se reanima al imaginar la sonrisa de Isolda cercana. Finalmente, la melodía del Pastor cambia por una alegre fanfarria, y Kurwenal ve el barco. Tristán despierta en una creciente agitación. Por una vez el bendice el día, debido a que iluminó el camino de Isolda hacia él. Imprudentemente arranca sus vendajes, dejando sangrar sus heridas para que ella pudiera curarlas—“para siempre”. No antes de que Isolda llegara a la habitación el cae muriendo en sus brazos. Ella le pide que viva para que juntos puedan compartir una hora final de reunión, pero él ya está muerto. El Pastor avista otro barco, el cual Kurwenal asume que trae a Marke y Melot, con sed de venganza. Aunque Brangäne está con ellos, Kurwenal no la escucha y los ataca, matando a Melot y sosteniendo a la criada de Marke acorralada hasta que él mismo cae, mortalmente herido. Marke, inundado de maldad, ve al muerto Tristán, mientras Brangäne intenta despertar a Isolda, diciéndole que el rey ha venido para perdonar y unir a los amantes. Pero Isolda, inconsciente, tiene una visión en la que Tristán la llama desde el más allá. ¿Debe ella sola percibir esto e ir a encontrarse con él? Si debe. Mientras Brangäne intenta sostenerla, ella se hunde, transformada en muerte, sobre el cuerpo de Tristán.

( PianoMundo Opera )



elBulli se renueva

Como sería el nuevo concepto de elBulli era un misterio, más o menos, hasta la celebración de Madrid Fusión en estos días. Allí Ferran Adrià desveló las líneas básicas de su proyecto. Rosa Rivas lo vio así en EL PAIS.

Refundado queda elBulli

Ferran Adrià protagoniza la jornada inaugural de Madrid Fusión con sus planes para el futuro. La feria se llena de propuestas de ciencia y cocina

Como cuando se diseña una carta de vinos para armonizar con los platos, Ferran Adrià y el "núcleo duro" que cada año reinventa elBulli -su hermano Albert, su socio Juli Soler y la treintena de cocineros e investigadores de su mundo creativo- han parido un maridaje para su nueva aventura: ecología y tecnología.

Ese Bulli que nació en la Costa Brava como chiringuito y minigolf de unos alemanes visionarios, luego fue restaurante, el mejor del mundo, ahora es una fundación, elBullifoundation. Así, tal cual, en idioma global. Lo internacional y global "hecho por los de aquí", como presume el chef Adrià, al mostrar cómo el arquitecto catalán Enric Ruiz-Geli traduce en diseño orgánico un nuevo complejo de edificios, casi un barrio y un mundo, que se alzará en el parque natural donde está el famoso restaurante de Cala Montjoi. La naturaleza se fundirá con el laboratorio (se cocinará o no), el archivo, las "salas de pensar", el sanctasanctórum de "la creatividad en libertad", abierto a estudiantes y profesionales de cocina y de todas las disciplinas que hiervan de ideas. Y con una mirada "especialmente enfocada a América y Asia".

A Perú (donde se cuece el futuro gastronómico, según Adrià) y a Harvard (donde hay colaboración para investigar sobre la optimización del talento de los equipos humanos) irá el famoso cocinero a explicar su proyecto. Pero las preguntas y respuestas a las mil y una dudas del público comensal o no ("el que ha disfrutado elBulli y nos quiere y el que no ha podido ir y nos odia") estarán en la web. Como también estará continuamente emitiéndose en Internet todo el desarrollo de elBulli reciclado. La última comida será el 30 de julio y el 31 ya estará en la mesa virtual elBullifoundation.

"Hemos ido tomando decisiones revolucionarias y raras (también incomprendidas) a lo largo de nuestra historia", dijo Adrià, pero ya no son raras para los muchos colegas (famosos y no, creativos o no) que le escuchaban en Madrid Fusión (o estaban en sus respectivas cocinas). A saber, según la cronología de "decisiones complejas y arriesgadas": en el invierno de 1987 se cerró elBulli, "porque no venía nadie". En 1993 se volvió a cerrar para construir un escenario de fogones donde se pudiera "trabajar sin límites". En 1998 se creó en Barcelona "el primer taller de cocina del que se tenía noticia": ¿un laboratorio de cocineros, para qué? En 2001 desaparece la carta para hacer menú degustación y se cierra al mediodía. En 2002 hacen libros y retrospectivas: se cimenta el archivo de creaciones, para datar platos como quien crea una biblioteca. Vuelven en 2003 convertidos a la sensibilidad japonesa y en 2009 comienza la reflexión: ¿adónde va elBulli? En 2010 se lanza: "Nos tomamos un paréntesis para refundarnos". En 2011 ya se sabe. Refundado queda elBulli.


ROSA RIVAS

EL PAIS




Juan Pablo II sube a los altares

El Cardenal español Antonio Cañizares ( Utiel, Valencia, 15 de octubre de 1945 ), es Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos. En este artículo, publicado en el diario LA RAZÓN, habla de la próxima beatificación del Papa Wojtyla.


Beatificación de Juan Pablo II

Wojtyla no escatimó esfuerzo alguno, incluso en la debilidad de sus fuerzas, para trabajar por la paz y la unidad entre los pueblos de la tierra

El Papa Benedicto XVI, el jueves pasado, llenó de gozo y alegría a la Iglesia, a la cristiandad entera por la esperada y deseada noticia de la beatificación el próximo uno de mayo del Papa Juan Pablo II, «el Magno». Si amplio fue el tiempo de aquel papado inolvidable, más amplia y grande fue, sin duda, su vida, su entrega, sin desmayo ni reserva alguna, al servicio de la Iglesia y de la humanidad entera, su bello y gran testimonio de santidad y de la divina Misericordia. De nuevo, tras esta gran noticia, nos ponemos a la escucha y con la mirada despierta, para seguir aprendiendo de él, cuando sea proclamado beato. Lo primero que brota ante esta noticia es un dar gracias a Dios por la beatificación próxima y por aquel fecundo y prolongado pontificado de Juan Pablo II con el que Dios ha enriquecido, bendecido y fortalecido a su Iglesia y al mundo entero.

Reiteraremos, una vez más, nuestra admiración y veneración agradecidas, y nuestro amor más hondo y sincero, por este «Pastor conforme al corazón de Dios», que Él mismo suscitó «para llevar a la Iglesia al Tercer Milenio del cristianismo».

Vivimos momentos delicados en el camino de la humanidad, se está alumbrando una época nueva, en medio de dolores de parto; nos toca vivir esta hora, la hora de Dios, «hora de la esperanza que no defrauda» (Juan Pablo II) . Necesitamos el testimonio y la luz que nos dejó Juan Pablo II, «el Magno». Sentimos la necesidad de reavivar su memoria, que llena de impulsos y de ardor interior, y de volver a rumiar lo que hizo y dijo, para proseguir fuertes, sin desmayo, el camino que el Señor nos trazó, por medio de él, como tan extraordinariamente está haciendo ahora nuestro venerado y queridísimo Papa Benedicto XVI.

«Signo de contradicción», como Cristo mismo, Juan Pablo II no escatimó esfuerzo alguno, incluso en la debilidad y escasez de sus fuerzas físicas, para trabajar por la paz y la unidad entre los pueblos de la Tierra. El ejemplo de aquellos meses últimos, en los que no se ahorró ningún dolor ni sacrificio y lo vimos con fuerzas debilitadas y frágil, fue un signo, uno de los más elocuentes y diáfanos de su pontificado.

Su gran pasión, como la de Dios tal y como se manifiesta en su Hijo único, Jesucristo, fue el hombre. Él mismo, desde el comienzo de su pontificado, definió al hombre como «camino de la Iglesia». Si hay un común denominador y una clave para interpretar a fondo el pensamiento de Juan Pablo II es su preocupación por el respeto a la sublime dignidad de la persona humana, la grandeza de su verdad y vocación que ha sido desvelada en la persona de Cristo, y el estupor y maravillamiento que entraña el hombre, todos y cada uno de los hombres. Se hizo «todo para todos» –africano con los africanos, europeo con los europeos–. Mostró de manera palpable que la fe en Jesucristo permite abrazar a todos y amar a todos, sean de la condición que sean.

La raíz de todo su actuar, de toda su persona y de su mensaje no fue otra que la fe en Dios, «palpable», en su Hijo Jesucristo, que infunde siempre esperanza en los hombres de buena voluntad, que le escuchan y siguen sin prejuicios. «Hombre de fe y de esperanza» dio testimonio de que la esperanza centrada en Cristo es la verdad de nuestro mundo. Así lo señaló él mismo en su visita a las Naciones Unidas en 1995: «Como cristiano, mi esperanza y confianza se centran en Jesucristo... para nosotros es Dios hecho hombre y forma parte por ello de la historia de la humanidad». A causa de la radiante humanidad de Jesucristo, nada hay genuinamente humano que no afecte a los corazones de los cristianos. La fe en Cristo no nos conduce a la intolerancia. Por el contrario, nos obliga a inducir a los demás a un diálogo respetuoso. El amor a Cristo no nos distrae de interesarnos por los demás, sino que nos invita a responsabilizamos de ellos, a no excluir a nadie. Por eso, desde el inicio de su ministerio papal, pudo decir a la humanidad entera: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡Abrid las puertas a Cristo, abridlas al Redentor del hombre. Sólo El sabe lo que hay en el corazón del hombre!». Todo su pontificado es como una invitación a este abrir toda realidad humana –la familia, la política, la cultura– a Jesucristo, a quien «nadie tiene derecho a expulsar de la historia de los hombres», porque Él, «Camino, Verdad y Vida», tiene que ver con todo hombre y con todo lo que le afecta. Nada humano le es ajeno. En Él está la esperanza. En Él tenemos la escuela para hallar el verdadero, el pleno, el profundo significado de palabras como «paz, amor, justicia». «Solo Él sabe lo que hay en el corazón del hombre!». Por ello, el mismo Juan Pablo II diría, en su penúltimo viaje a España: «Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!».

Juan Pablo II fue un Papa abierto al futuro, lleno de esperanza, que alentaba la esperanza de este mundo. Que él nos ayude en esta hora crucial y difícil de nuestra historia.


Antonio CAÑIZARES, Cardenal
LA RAZÓN