ESPAÑA afronta una situación económica crítica. Junto con Portugal, se halla ahora mismo en el epicentro de la confusión financiera europea. Los inversores están asignando unos riesgos de impago más elevados que nunca a la deuda del Gobierno español desde que el país entrara en la zona euro.
En el ámbito social, la situación resulta inquietante. La tasa de desempleo supera el 20 por ciento. El índice de paro entre los jóvenes rebasa el 43 por ciento.
Los mercados financieros no son los únicos que despiertan dudas acerca de la economía española. La Comisión Europea ha manifestado su preocupación por la capacidad del Gobierno actual para reaccionar y poner en práctica medidas económicas creíbles a fin de reconducir la situación. Allá donde voy, la gente me formula las mismas preguntas: ¿Qué le pasa a España? ¿Cómo es posible que en solo unos años mi país haya pasado de ser el «milagro económico» de Europa a convertirse en su «problema económico»? ¿Qué leha sucedido a la economía que hace sólo unos años crecía más de un 3 por ciento anual, incluso cuando Alemania, Francia e Italia presentaban un crecimiento cero? En la actualidad es la única economía de los cinco países más grandes de Europa que todavía experimenta un crecimiento negativo.
Todas estas preguntas me causan una gran tristeza y una honda preocupación por el presente y el futuro de mi país. Hace sólo seis años, España creaba seis de cada diez nuevos puestos de trabajo en la zona euro, las cuentas del Gobierno registraban superávit, su reserva de deuda pública decrecía rápidamente y sus multinacionales se extendían por toda Europa, Latinoamérica y Estados Unidos.
Mi respuesta a todas las preguntas sobre España es clara: el país está sufriendo la crisis política más grave de su historia reciente. Las tribulaciones económicas y la falta de confianza en España son fruto del déficit de credibilidad del Gobierno. El elevado precio que está pagando ahora el pueblo español es lo que ocurre cuando los políticos se niegan a reconocer sus errores.
El origen de la crisis de España se remonta a 2004, cuando se tomó la decisión política de abandonar el proceso modernizador que la sociedad inició hace más de 30 años. En aquel entonces, los españoles decidieron por consenso que consolidarían su democracia e instituciones tras casi 40 años de dictadura. El siguiente paso fue entrar en la Unión Europea y más tarde en el euro, y converger económica y socialmente con las naciones más prósperas de Europa. Luego, en 2004, Madrid cambió de rumbo. El Gobierno rechazó el acuerdo plasmado en la Constitución de 1978 y rompió la estructura del Estado español. Diferentes regiones del país se enfrentaron unas a otras. La consecuencia ha sido eliminar buena parte de lo que nos une como españoles y convertir España en un país muy difícil de liderar.
En la esfera económica, una vez que España adoptó el euro y la devaluación de la moneda dejó de ser una opción, el Gobierno abandonó su compromiso con la estabilidad presupuestaria y el proceso constante de reforma necesario para seguir siendo competitivos en los mercados internacionales. Estos errores económicos se aprecian en las intervenciones arbitrarias del Gobierno en la vida empresarial, con un desprecio flagrante por las reglas del juego, incluso las europeas. También vemos un crecimiento inaudito del gasto gubernamental y unas subidas de impuestos generalizadas.
El lugar que ocupa actualmente España en el escenario internacional refleja su pérdida de relevancia en el mundo. El Gobierno ha renunciado a sus responsabilidades y no ha defendido sus intereses nacionales en el extranjero.
Sólo un nuevo Gobierno puede recuperar la credibilidad, y eso pasa por unas elecciones generales.
Un nuevo Gobierno podría animar al pueblo español a emprender un gran proyecto nacional de recuperación, regeneración y reforma de la nación. Para esto no existen milagros ni atajos; no los ha habido en el pasado y no los habrá ahora. Con una nueva agenda nacional y la aplicación de medidas adecuadas, España puede recobrar la confianza y la credibilidad internacionales y sus ciudadanos la confianza en sí mismos y en su nación.
Un elemento esencial de este cambio político será que España reconozca inmediatamente que el Estado tiene que limitar su papel económico y social y abrir nuevos ámbitos de libertad y dinamismo para la sociedad y la empresa privada. España debe efectuar profundas reformas de su estructura administrativa, entre ellas erradicar organismos burocráticos y públicos y racionalizar el gasto público. España no puede demorar por más tiempo la reforma del Estado de bienestar, pero tiene que empezar a restablecer ahora las condiciones para una sociedad próspera abierta a todos.
España es sobradamente capaz de convertirse, una vez más, en un país dinámico y emprendedor que genere empleo y oportunidades. Pero primero ha de acometer la dura labor de deshacer seis años de fechorías políticas. No podemos esperar.
THE WALL STREET JOURNAL
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