martes, 28 de diciembre de 2010

Gran exposición en París de las joyas Bulgari más reconocidas

La firma Bulgari es una de las más reconocidas en el mundo de la joyería. A ella han acudido miembros de la realeza, celebridades del mundo del cine y millonarios en general para poner un toque de lujo en sus vidas.
Ahora mismo se puede disfrutar de una gran exposición con lo más significativo y emblemático de su trabajo en París. Concretamente en el Grand Palais. La muestra titulada 125 años de magnificencia italiana en el Grand Palais, estará abierta al público hasta el 12 de enero y muestra por primera vez al gran público joyas que pertenecieron a Elizabeth Taylor o a la actriz italiana Anna Magnani, entre otras grandes figuras.
Bulgari hace un repaso a toda su vida, mostrando lo mejor que han producido en todos estos años y que la llevaron al lugar de prestigio que tiene hoy.
La muestra está dividida en temas: desde los orígenes de la casa Bulgari hasta la década del 40, pasando por las joyas de la Dolce Vita en las décadas del 50 y el 60, la creatividad ecléctica de los 70, los íconos de Bulgari, el color y la opulencia de los 80, la colección de Elizabeth Taylor y, por último, la alta joyería del siglo veintiuno.
Y aquí tenéis el enlace oficial de Bulgari referido a esta exposición







Bulgari brilla en el Grand Palais parisino

EL MUNDO Juan Manuel Bellver Corresponsal en París

"Siempre voy a Bulgari porque es el más importante museo de arte contemporáneo", dijo una vez Andy Warhol. La frase del maestro del pop art sirvió de reclamo, este viernes pasado, para el vernissage de la exposición 'Bulgari au Grand Palais: 125 ans de manificence italienne', con la cual la legendaria joyería romana se da un baño de multitudes en las fechas previas a la campaña navideña.
A la fiesta privada bajo la inmensa nave acristalada del Grand Palais acudió esa noche toda la alta sociedad parisina, así como estrellas de relumbrón nacional e internacional: cantantes de la talla de Lenny Kravitz yo el reaparecido Johnny Hallyday y figuras del séptimo arte como Juliette Binoche, Carole Bouquet, Clive Owen, Vincent Perez, —Clotilde Courau, a quien muchos de los presentes felicitaron por su reciente éxito como estrella burlèsque en el renacido Crazy Horse— o Julianne Moore, la icónica protagonista de sus últimas campañas publicitarias. Si no tenías un pase VIP para codearte con el famoseo, no eras nadie, vaya. Y hasta aquí, la crónica mundana.
Centrándonos en la exposición, no se trata de una muestra programada —como la vecina retrospectiva de Monet, por ejemplo— por la Réunion des Musées Nationaux, organismo público que gestiona la programación oficial del Grand Palais, sino un evento corporativo financiado por la casa Bulgari bajo el alto patronazgo del Presidente de la República Italiana y apadrinado por la Comisión de Cultura de la Unión Europea. Tal es el poder de esta marca creada en Roma, en 1884, por el griego Sotirios Boulgaris y que hoy cuenta con 230 boutiques en todo el mundo.
En el emblemático edificio beaux arts de 1900 que ocupa una esquina del rond point de los Campos Elíseos, la familia Bulgari —que aún posee el 55% de la empresa—, con Paolo y Nicola a la cabeza, se ha dado un homenaje similar al que montaron el año pasado en el Palazzo delle Esposizioni de Roma bajo el título de 'Bulgari: tra eternità e storia'. Esta segunda muestra reagrupó 603 obras maestras en la historia de la marca y estará abierta al público de la capital francesa hasta el próximo 12 de enero, para viajar después en primavera a Shanghai y Pekín.
Según Francesco Trapani, presidente ejecutivo de Bulgari y miembro de la familia por parte de madre, "exponer nuestras joyas en este gran lugar, es lo máximo a lo que podemos aspirar". ¿Y a qué vienen dos exhibiciones antológicas tan seguidas y esta posterior gira asiática de la Bulgari Vintage Collection que anuncian para 2011? Chi lo sa? En todo caso, a la firma le viene bien hacer un poco de ruido mediático tras haber logrado superar en 2010 los inquietantes números rojos de 2009. ¿Y qué mejor para ello que mostrar al ciudadano medio los objetos de deseo de varias generaciones?
Ahí están, entre otras piezas históricas, el collar que perteneció a la princesa Grace Kelly, una sala entera dedicada a la colección privada de Elizabeth Taylor y otras creaciones emblemáticas lucidas en su momento por celebrities como Anna Magnani, Monica Vitti, Claudia Cardinale, Sofia Loren, Romy Schneider, Ingrid Bergman, Gina Lollobrigida o la emperatriz persa Soraya.
Todo, dispuesto en un recorrido cronológico dividido en ocho partes, que permite comprender la evolución en el diseño de la más ilustre joyería transalpina: desde sus primeros tiempos, de clara influencia neoclásica, otomana y bizantina, con preponderancia de la plata, hasta piezas más contemporáneas, de diseño audaz y casi brutal, realizadas en oro, platino o acero negro, pasando por el elegante periodo Art Déco y su gusto por los diamantes.
La exposición se completa con algunas salas secundarias en las que se pueden contemplar documentos, dibujos, bocetos de diferentes periodos y artistas, así como fotografías de algunos de sus más famosos clientes.


Bulgari au Grand Palais: 125 ans de manificence italienne estará abierta al público todos los días hasta el 12 de enero de 2011, en la Nef du Grand Palais (Campos Eliseos, París), en horario de 10.00 a 20.00 horas y hasta las 22.00 horas los miércoles, viernes y sábados. Entradas anticipadas en http://www.fnac.com/.

La 'ley Sinde' como síntoma, por Josep Ramoneda

La derrota de la llamada ley Sinde ejemplifica la carencia de rumbo del Gobierno: la Ley de Economía Sostenible debía ser el buque insignia de la legislatura. Sin embargo, todo el protagonismo ha sido para una disposición adicional que pretende regular la propiedad intelectual en Internet y que ha encallado en el Parlamento. El Gobierno se está quedando sin una política propia que defender y, a medida que su imagen se va deteriorando, las alianzas parlamentarias son más difíciles y más caras.

El grupo socialista ha querido salvar con una ofensiva negociadora de última hora lo que ya había perdido por su indolencia. Y se ha asustado cuando ha visto que los costes del mercadeo hubieran sido tan altos que les efectos habrían sido peores que la derrota parlamentaria. Pero este fracaso es ilustrativo de los límites de una manera de hacer política, cautiva de las élites político-económicas, que aleja a los gobernantes de la realidad. El Gobierno se vio impelido a redactar esta norma por las presiones de siempre: de la industria cultural, del grupo de artistas abajo firmantes que son amigos de la paz y de Zapatero, pero sobre todo de ellos mismos, de las agresivas prácticas (según generoso eufemismo del embajador de Estados Unidos) de la SGAE y, como han revelado Wikileaks y González Sinde, del propio Gobierno americano y de algunos vecinos europeos. Y se ha encontrado con el lío en Internet y con los demás partidos pensando que, por lo que les queda a los socialistas gobernando, mejor no correr el riesgo de la impopularidad.

Internet, en particular, y las tecnologías de la información, en general, suponen un gran cambio en el modelo económico y su regulación no se puede despachar con prisas y a golpe de presiones sino que requiere un debate social serio. El Gobierno no ha sido capaz de abrir la reflexión necesaria, porque está desbordado por la situación económica y porque en la democracia española los partidos siempre han rehuido los debates públicos, salvo que hayan sido impuestos por la ciudadanía. Internet es la expresión de una nueva mutación del capitalismo, y es evidente que necesita regulación, no sólo para proteger derechos de propiedad intelectual sino también para defendernos de los abusos del poder político y del dinero.

A la hora de ponerse a legislar, el Gobierno, en vez de tratar de entender lo que es un nuevo modo de producción y distribución, se ha sacado una ley que es antigua porque razona conforme a un estadio del sistema económico que ya está siendo superado. Durante la fase anterior del capitalismo, la industria cultural ha funcionado a partir del esquema siguiente: un autor vende los derechos de su obra a un productor que después la venda a un distribuidor y este al consumidor, formándose en este proceso el precio del producto, del que las distintas partes se benefician. En la economía de la contribución este esquema está periclitado. Este es el punto de partida desde el que se deben plantear tanto las reformas legales como la reconversión de las industrias culturales, que viven una crisis característica de un momento de gran transformación de los medios de comunicación. El Gobierno ha preferido legislar como si nada hubiera cambiado. Y, por la presión de los que viven mal el cambio de modelo, se ha dejado las cautelas por el camino, convirtiendo, en la práctica, el cierre de una web en una decisión administrativa. Con lo cual ha permitido que hasta el PP se pudiera poner estupendo pidiendo más garantías judiciales.

Es evidente que hay que asegurar las formas de retribución de los creadores y de los productores, aunque también habrá que encontrar las fórmulas para que los herederos de un artista no vivan setenta años del cuento.

Pero los actores de la Red no están acostumbrados a las imposiciones y además tienen un don, el de la ubicuidad, que hasta ahora, aparte de Dios, sólo tenían las multinacionales, que les permite estar en varias partes a la vez y así esquivar los golpes. La regulación de la Red no puede ser un debate tan simple como el que algunos plantean: propiedad intelectual sí, propiedad no. Esta es la postura de los defensores del statu quo vigente, por un lado, y de los ilusos libertarios, por otro. Regular la Red, sin estropear lo mucho de bueno que tiene, es más complicado. Y desde luego el camino no es criminalizar a los niños y a los jóvenes que entran al mundo por esta ventana.


EL PAIS