Producido por la ITV, Downton Abbey ha logrado unas cifras de audiencia superiores a los diez millones de espectadores en sus siete episodios y la firma de una segunda temporada. Muy en la línea del clásico de los setenta Arriba y Abajo, pero con la firma de Julian Fellowes, entre otras cosas guionista de Gosford Park ( 2001, Robert Altman ), gira en torno a la lujosa residencia de la familia Crowley y se centra en las vidas de sus residentes, con Lord Grantham a la cabeza, incluido el servicio donde no pueden faltar los inevitables mayordomo y ama de llaves.
Las críticas que llegan del Reino Unido hablan de un brillante producto, muy bien ambientado gracias a un alto presupuesto, y de unos guiones bien cuidados que nos llevan a los primeros años del siglo XX previos a la primera gran guerra. Una época de grandes cambios que la serie logra reflejar perfectamente.
Al frente del reparto la siempre eficiente dama del cine inglés Maggie Smith, y junto a ella Hugh Bonneville, Elizabeth McGovern, Michelle Dockery, Dan Stevens, Jim Carter, Penelope Wilton y Phyllis Logan.
Ahora sólo cabe esperar en que pronto la podamos ver aquí.
Downton Abbey: Why Sunday nights were made for period dramasMaggie Smith and Hugh Bonneville in a Julian Fellowes period drama? I may have died and gone to Sunday night TV heaven
Oh happy day. Cometh the new television season, cometh the corset. And can there be any more reliable sign that the autumn nights are drawing in than the glorious sight of Dame Maggie Smith in Edwardian mourning weeds?
Sunday night appointment viewing returns this weekend with ITV's lavish new costume drama Downton Abbey. Created, written and exec-produced by Julian Fellowes, it has everything you might expect from the flared nostrils behind Gosford Park: class war, outrage over cutlery confusion and a riot of extravagant Marcel waves – all, glory be, with virtually the same cast as every other costume drama you've ever watched. Think Upstairs, Downstairs meets Lark Rise to Candleford. In other words: British TV heaven.
If you were playing costume drama bingo (and, please, consider it), you'd have a full house by the end of the opening credits. All the regulation elements are here. Conniving under-footman. Wallis Simpson-style American heiress. Bitch-from-hell lady-in waiting. Plump garrulous cook. Skinny garrulous housemaid. Tick, tick, tick. Hurrah! There's even a lame valet with shrapnel in his knee – played with proud understatement by Lark Rise's Brendan Coyle, fast shaping up to be the ultimate period underdog. We can surely rely upon him to weep, nobly and unnoticed, in every episode.
With written-for-TV series such as Downton Abbey we get something new rather than another Austen or Hardy adaptation The main attraction of the likes of Cranford, Lark Rise or Downton Abbey is the balance between expectation and surprise – the stereotypes are just here to make us feel at home. Free of the shackles of a novel's plot, TV period series always swing pleasingly between high camp and melodrama. In Cranford an escaped cow (which heralded Imelda Staunton's unforgettable, shocked "Some ladies are RUNNING!") is as important – if not more important – as the invention of the railway. Similarly, in Downton Abbey we have the household's unease about the newfangled technology — "It is electricity, not the devil's handiwork!" — versus the sinking of the Titanic. I'm with Daisy the kitchen maid: the magic light is scarier because it's in front of you. At least that ship is a long way off.
And the cliches played out in the dialogue are the singularly most enjoyable part of costume drama. His Lordship, impassioned: "This estate is my third parent and my fourth child!" Maggie Smith on her mourning granddaughter's marriage prospects, witheringly: "No one wants to kiss a gal in black." Downton Abbey has one bonus after another, culminating in an end scene where Penelope Wilton suddenly pops up, pearls a-quiver over an unexpected breakfast telegram. What more could anyone want from a Sunday night?
The Guardian
viernes, 14 de enero de 2011
Reflexiones del Papa
El periodista Darío Menor ( Murcia, 1982 ) es corresponsal de La Razón en Italia y El Vaticano, tras su paso por Egipto y Canadá. Aquí repasa las opiniones del Papa Benedicto XVI sobre varios temas candentes de la cristiandad. Gobiernos, educación, profesionales... casi nada se escapó a la mirada del Santo Padre.
El Papa, contra Educación para la Ciudadanía
El Pontífice denuncia los «cursos» contra la fe y la familia que se imponen mediante la asignatura en países europeos
Como cada principio de enero, el Papa recibió ayer en audiencia a los embajadores acreditados ante la Santa Sede dedicándoles un discurso en el que desgranó alguna de las principales preocupaciones del Vaticano ante el nuevo año.
En su discurso a los embajadores, Benedicto XVI repasa los ataques a la libertad religiosa en Oriente y Occidente.
Benedicto XVI hizo dos veces referencia a España: la primera de forma directa al recordar el viaje apostólico del pasado mes de noviembre a Santiago de Compostela y Barcelona; la segunda al criticar a nuestro país (sin citarlo expresamente) por sus manuales escolares de educación sexual y por la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
El Pontífice afirmó que la imposición a los alumnos de «cursos de educación sexual o cívica» puede suponer una «amenaza a la libertad religiosa de las familias», cuando «transmiten una concepción de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón».
Educación sexual
El portavoz vaticano, el jesuita Federico Lombardi, aclaró después de que el Papa realizase su discurso que esta advertencia iba dirigida a España por la controversia que ha provocado la imposición en las aulas de la educación sexual y cívica.
En su análisis de la situación de Occidente, Benedicto XVI denunció que se considera la religión «un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida social».
Como resultado de esta tendencia, algunos profesionales, como los médicos y abogados, se ven obligados a desempeñar su actividad laboral dejando a un lado «sus convicciones religiosas o morales», debido a las leyes que «limitan» su derecho «a la objeción de conciencia».
Esta ambición por sacar a la religión de todo espacio público tiene su representación en la campaña para desterrar el crucifijo de las aulas de los colegios.
El Papa recordó y agradeció en su discurso a los embajadores el recurso del Gobierno italiano «a la famosa causa» del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que exigía la retirada de este símbolo religioso de las escuelas.
En particular el obispo de Roma dio las gracias «al Patriarcado de Moscú y a los demás representantes de la jerarquía ortodoxa» que se han unido a Italia y a otros países europeos para conseguir la revisión de esta sentencia.
En una firme defensa del lugar que la Iglesia ocupa en el mundo, Benedicto XVI afirmó que «la religión no constituye un problema para la sociedad» y que «no es un factor de perturbación o de conflicto». «Quisiera repetir que la Iglesia no busca privilegios, ni quiere intervenir en cuestiones extrañas a su misión, sino simplemente cumplirla con libertad», afirmó. El Papa lanzó luego a cada uno de los diplomáticos presentes y a todo el mundo la siguiente cuestión: «¿Cómo negar la aportación de las grandes religiones del mundo al desarrollo de la civilización?».
No al monopolio estatal
El Pontífice recordó también que la libertad religiosa supone también la garantía de que «las comunidades religiosas puedan trabajar libremente en la sociedad, con iniciativas en el ámbito social, caritativo o educativo». Esta labor, que consideró verificable «por todo el mundo», está amenazada por algunas leyes educativas que, en América Latina, «amenazan con crear una especie de monopolio escolástico estatal».
Pide libertad a Pakistán y Arabia
El Papa no calló ante la persecución que sufren los cristianos. Citó a Irak, Egipto, China, Nigeria y Pakistán, aunque sus palabras iban dirigidas a todos aquellos países donde se pisotea la libertad religiosa. Ésta es para Benedicto XVI «el primer derecho» porque «históricamente ha sido afirmado en primer lugar» y «tiene como objeto la dimensión constitutiva del hombre, su relación con el Creador». Una de las normas más dañinas contra la libertad religiosa es la ley paquistaní sobre la blasfemia, responsable de que la cristiana Asia Bibi haya sido condenada a muerte. «Animo de nuevo a las autoridades a realizar los esfuerzos necesarios para abrogarla, tanto más cuanto es evidente que sirve de pretexto para cometer injusticias y violencias contra las minorías religiosas», pidió el Pontífice al Gobierno paquistaní. Otra de las peticiones que hizo ayer el Papa iba dirigida a los países de la Península Arábiga, a los que instó a que permitan la construcción de parroquias católicas para las comunidades de trabajadores inmigrantes.
Darío Menor para LA RAZÓN
El Papa, contra Educación para la Ciudadanía
El Pontífice denuncia los «cursos» contra la fe y la familia que se imponen mediante la asignatura en países europeos
Como cada principio de enero, el Papa recibió ayer en audiencia a los embajadores acreditados ante la Santa Sede dedicándoles un discurso en el que desgranó alguna de las principales preocupaciones del Vaticano ante el nuevo año.
En su discurso a los embajadores, Benedicto XVI repasa los ataques a la libertad religiosa en Oriente y Occidente.
Benedicto XVI hizo dos veces referencia a España: la primera de forma directa al recordar el viaje apostólico del pasado mes de noviembre a Santiago de Compostela y Barcelona; la segunda al criticar a nuestro país (sin citarlo expresamente) por sus manuales escolares de educación sexual y por la asignatura de Educación para la Ciudadanía.
El Pontífice afirmó que la imposición a los alumnos de «cursos de educación sexual o cívica» puede suponer una «amenaza a la libertad religiosa de las familias», cuando «transmiten una concepción de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón».
Educación sexual
El portavoz vaticano, el jesuita Federico Lombardi, aclaró después de que el Papa realizase su discurso que esta advertencia iba dirigida a España por la controversia que ha provocado la imposición en las aulas de la educación sexual y cívica.
En su análisis de la situación de Occidente, Benedicto XVI denunció que se considera la religión «un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida social».
Como resultado de esta tendencia, algunos profesionales, como los médicos y abogados, se ven obligados a desempeñar su actividad laboral dejando a un lado «sus convicciones religiosas o morales», debido a las leyes que «limitan» su derecho «a la objeción de conciencia».
Esta ambición por sacar a la religión de todo espacio público tiene su representación en la campaña para desterrar el crucifijo de las aulas de los colegios.
El Papa recordó y agradeció en su discurso a los embajadores el recurso del Gobierno italiano «a la famosa causa» del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que exigía la retirada de este símbolo religioso de las escuelas.
En particular el obispo de Roma dio las gracias «al Patriarcado de Moscú y a los demás representantes de la jerarquía ortodoxa» que se han unido a Italia y a otros países europeos para conseguir la revisión de esta sentencia.
En una firme defensa del lugar que la Iglesia ocupa en el mundo, Benedicto XVI afirmó que «la religión no constituye un problema para la sociedad» y que «no es un factor de perturbación o de conflicto». «Quisiera repetir que la Iglesia no busca privilegios, ni quiere intervenir en cuestiones extrañas a su misión, sino simplemente cumplirla con libertad», afirmó. El Papa lanzó luego a cada uno de los diplomáticos presentes y a todo el mundo la siguiente cuestión: «¿Cómo negar la aportación de las grandes religiones del mundo al desarrollo de la civilización?».
No al monopolio estatal
El Pontífice recordó también que la libertad religiosa supone también la garantía de que «las comunidades religiosas puedan trabajar libremente en la sociedad, con iniciativas en el ámbito social, caritativo o educativo». Esta labor, que consideró verificable «por todo el mundo», está amenazada por algunas leyes educativas que, en América Latina, «amenazan con crear una especie de monopolio escolástico estatal».
Pide libertad a Pakistán y Arabia
El Papa no calló ante la persecución que sufren los cristianos. Citó a Irak, Egipto, China, Nigeria y Pakistán, aunque sus palabras iban dirigidas a todos aquellos países donde se pisotea la libertad religiosa. Ésta es para Benedicto XVI «el primer derecho» porque «históricamente ha sido afirmado en primer lugar» y «tiene como objeto la dimensión constitutiva del hombre, su relación con el Creador». Una de las normas más dañinas contra la libertad religiosa es la ley paquistaní sobre la blasfemia, responsable de que la cristiana Asia Bibi haya sido condenada a muerte. «Animo de nuevo a las autoridades a realizar los esfuerzos necesarios para abrogarla, tanto más cuanto es evidente que sirve de pretexto para cometer injusticias y violencias contra las minorías religiosas», pidió el Pontífice al Gobierno paquistaní. Otra de las peticiones que hizo ayer el Papa iba dirigida a los países de la Península Arábiga, a los que instó a que permitan la construcción de parroquias católicas para las comunidades de trabajadores inmigrantes.
Darío Menor para LA RAZÓN
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