lunes, 20 de diciembre de 2010

El último bailarín de Mao

En una línea que nos recuerda a la famosa Noches de sol de Taylor Hackford, Bruce Beresford ( Paseando a miss Daisy, Camino al paraiso, Evelyn ) retrata la vida de Li Cunxin en El último bailarín de Mao. Separado a los once años de su familia para enviarle a la Academia de Baile de Pekín, Cunxin ( al que en el film da vida Chi Cao, primer bailarín en el Birmingham Royal Ballet ) lograría destacar hasta convertirse en uno de los más prometedores bailarines chinos. Un intercambio le llevaría a EEUU donde acabaría pidiendo asilo político, provocando un agrio conflicto diplomático entre ambos paises a comienzos de los años ochenta.
El último bailarín de Mao, estrenada este pasado viernes en nuestro país, está basada en la autobiografía del mismo título escrita por Li Cunxin ( publicada en España por la Editorial Kailas ), y es una de las propuestas más atractivas de la actual cartelera.


















El Barishnikov chino

ROGER SALAS EL PAIS

De una humilde familia campesina a estrella del ballet en Pekín. De la rigidez comunista a apostar por la libertad desde EE UU. La deserción de Li Cunxin recuerda mucho a Nureyev y Barishnikov. Ahora, ya retirado, una película relanza su fama.

El caso de Li Cunxin resulta conmovedor. Parte de una historia autobiográfica contada con sencillez y de un drama: el deseo de libertad en la vida y en el arte, por ese orden. Hoy, con 49 años, bailarín retirado y alejado de la profesión de la danza, el artista pasaría por uno más de los miles de empresarios chinos que pululan por todas partes. En cierto sentido, él es parte de esa diáspora gigantesca, pero oculta unas razones muy diferentes.
A simple vista, sería difícil calcular la edad de Li Cunxin; delgado, elástico, su mata de pelo liso negro intacta junto a una piel lozana y unos modales corteses muy orientales. No falta la sonrisa, expansiva y constante, como un sello. En su caso no podemos hablar de vocación por la danza y el ballet: "Al principio no me gustaba nada, odiaba el ballet", comienza a relatar con cierta parsimonia. "Cuando me eligieron, no tenía idea de lo que era aquello y me hacía una imagen lejana de las bailarinas en las puntas de los pies en equilibrio. En mi zona, las campesinas llevaban los pies vendados y caminaban sobre los talones; así que tenía miedo de terminar como ellas. Los primeros tres años fueron muy difíciles, el ballet era aburridísimo para mí, un muchacho de campo. Me sentía como un pájaro enjaulado, quería salir, escapar; no le encontraba sentido alguno al ballet, pero entonces, gracias a mis profesores, empecé a amar aquello. Especialmente el profesor Xiao fue importante en esto, que me demostró que podía hacerlo y desarrollar mi talento".
Hoy Li Cunxin tiene sobradas razones para sonreír: su libro autobiográfico con más de un millón de ejemplares vendidos y un filme en cartelera dirigido por el oscarizado Bruce Beresford: El último bailarín de Mao (recién estrenado en España). Ahora está de gira promocional por todo el mundo con agotadores pases de la película, preguntas, sesiones fotográficas... Pero Li Cunxin parece estar discretamente encantado de su éxito. Ya estaba acostumbrado a los aplausos en su carrera de bailarín clásico, primero en China y luego en Norteamérica. Le descubrió muy joven el coreógrafo inglés Ben Stevenson en su primer viaje a China, e hizo que fuera invitado a Houston (Texas), donde se enamoró y protagonizó un sonado escándalo diplomático cuando estuvo retenido contra su voluntad en el consulado chino. Consiguió lo que se proponía, y bailó en libertad hasta recalar en Australia, donde vive apaciblemente instalado con su mujer, una ex bailarina que fue partenaire de sus éxitos, tres hijos y una vida con leyenda.

Después de las grandes deserciones de los rusos Rudolf Nureyev, Mijaíl Barishnikov o Natalia Makarova, de los cubanos Rosario Suárez y Rolando Sarabia (por solo mencionar grandes estrellas), estaba cantado que faltaba un bailarín de ballet chino que huyera del régimen maoísta. La escapada de Li Cunxin fue algo tardía, pues ya la férrea estructura dictatorial estaba resquebrajada. Ballet y libertad parecen que van unidos, sin embargo han florecido en regímenes terribles y dictatoriales (la Unión Soviética, China, Cuba), pero a la vez, el ballet sirve después para llegar a la libertad. El mundo del ballet está plagado de historias de defecciones como la suya: "Rusos y cubanos tenían una formación que partía de los métodos rusos, y en realidad los bailarines chinos también teníamos algo parecido: la raíz en la escuela rusa. Es cierto que la presión política en mi época era terrible y mientras los cubanos y los rusos podían bailar El lago de los cisnes, Giselle o Don Quijote, nosotros los chinos solo podíamos hacer ballets políticos. ¡Soñábamos con los ballets románticos! Y creo que de ahí parte ese deseo de libertad artística, de entender el ballet como una forma artística universal donde al querer llegar a ser el mejor solo puedes conseguirlo sin restricciones territoriales o fronteras".

Li Cunxin estuvo en medio de una generación que vivió los avatares de la Revolución Cultural y donde el ballet era una rareza, pues como dice Hsu Tao-ching, la verdadera demostración de la universalidad del ballet llega con la asimilación de la danza clásica occidental en China, con tan diferentes metros musicales y conceptos estéticos; a lo que el bailarín puntualiza: "La danza tradicional china tiene unos patrones contrarios a los del ballet y muy diferente a las formas occidentales; en cuanto a los movimientos, lo mismo, pues la ópera china responde a diferentes estímulos físicos, y ese fue uno de los empeños absurdos de Madame Mao, unirlos. Las posiciones del cuerpo y las líneas son muy diferentes; mientras en el ballet se gira el cuerpo hacia fuera, en la danza china es hacia dentro".

Parte de la explosión china hacia el exterior se ha basado en un estilo de ballet acrobático muy popular donde las bailarinas trepan en puntas hasta la cabeza del acompañante, una cosa que horroriza a los puristas y que a Li Cunxin también produce dentera: "Lo veo más cercano al circo, no lo puedo ver como ballet de verdad, no es artístico, no hay sentimientos expresados sino solamente una técnica espectacular, deslumbrante dentro de nuestra tradición acrobática, pero carente de contenido. Creo que esas acrobacias entretienen, pero no llegan al corazón de las personas".

Tras tranquilizarse las cosas, al menos en parte, Li Cunxin ha comenzado a volver a China, pero no le gusta todo lo que ve allí: "Sí y no. Es contradictorio, es un choque de culturas. Por un lado, ahora tienen una vida mejor, pero también se pierden tradiciones muy valiosas".

Li Cunxin ha tenido tres hijos con su mujer, la bailarina australiana que le ha acompañado todos estos años, e insiste en que sus hijos amen su parte china: "He inculcado a mis hijos que valoren su herencia china, pues cuando pase el tiempo es importante que sepan objetivamente qué ha pasado y que se sientan orgullosos de haber nacido en un mundo libre, que valoren la suerte que han tenido. De mis tres hijos, el chico solo piensa en el baloncesto; a las dos niñas les gusta la danza, pero no creo que para dedicarse a ello profesionalmente. Al vivir en Australia, estoy cerca de China, y voy dos o tres veces al año a ver a mi madre".

El ídolo de Li Cunxin era Mijaíl Barishnikov (en la escuela veían a escondidas los vídeos del bailarín disidente), pero otros bailarines también le habían encandilado: "Rudolf Nureyev y Vladimir Vasiliev fueron los mejores, los más perfectos. Una vez en Nueva York bailé El Lago de los cisnes; al día siguiente, en una sala de ensayos, Barishnikov pasó a mi lado, me palmeó el hombro y me dijo: '¡Muy bien!'. Me parecía un sueño que mi ídolo me hubiera visto bailar y luego me dijera eso".

Tanto en el libro como en la película quedan muy bien reflejadas las duras condiciones de vida de la escuela de Pekín, un centro que estaba alejado de la escuela oficial del Ballet Nacional de China, algo así como una escuela alternativa más politizada: "Era exactamente así. Madame Mao [Jiang Qin, la esposa de Mao Zedong] quería que estuviéramos alejados de las distracciones y tentaciones de la ciudad, más cerca de los campesinos". Esta temible señora cercenó carreras y prohibió mencionar a otros, como el notorio caso de Wu Xiaobang, uno de los pioneros del ballet moderno en China, cuya biografía fue censurada. "Con la Revolución Cultural muchos artistas de esa época fueron represaliados y hasta asesinados, las academias estuvieron cerradas 10 años, a los maestros los mandaron a granjas de cerdos y algún profesor mío sufrió ese mismo tipo de persecución". Y hay quien piensa que todas las heridas no están cerradas y que en China no todos han perdonado a Li Cunxin. "La nueva generación de líderes quizás sí me ha perdonado de verdad, pero para los antiguos dirigentes sigo siendo un desertor".

China ha cambiado tanto que los productos de la Revolución Cultural donde las bailarinas aparecían sobre las zapatillas de puntas, pero de uniforme y con un fusil, como en El destacamento rojo de mujeres o La chica del pelo blanco, se ven ya como cosas exóticas. La gran duda es si deben ser preservados, si tienen algún valor artístico. "Yo mismo bailé La chica del pelo blanco. Artísticamente puedo decir que no hay valores, pero en su contexto específico se deben mantener como elementos históricos. Le puedo decir que era terrible bailarlos... ¡y verlos!".

Cuando nuestro héroe dejó de bailar se alejó de la danza, lo que resulta extraño, pues casi todos los bailarines cuando se retiran continúan vinculados a ese mundo, como maestros, coreógrafos, directores de compañía... "Mi mujer renunció a su carrera porque nuestra hija mayor nació sorda y ella se dedicó por completo a enseñarla a hablar. Sigo teniendo relación con el Ballet Nacional de Australia y, de vez en cuando, ayudo a bailarines jóvenes que empiezan".

Al mirar atrás y verse sobre la escena, Li Cunxin no puede ocultar un deje romántico: "Me gustaba hacer Romeo y Julieta, y me gustaban sobre todo las nuevas creaciones, el reto de desentrañar lo que el coreógrafo quería obtener, trabajar juntos durante semanas y a veces desechar todo y empezar de cero otra vez".

En esta vida novelesca, el coreógrafo inglés Ben Stevenson juega un papel decisivo al fijarse en él durante su primer viaje a China: "Sin duda Ben es muy importante en mi vida. Ha sido como un segundo padre. Cuando me retiré, creó un último ballet para mí, lo que fue muy emocionante. Nos reencontramos en el estreno de la película y así subimos al escenario los personajes reales y los actores que nos interpretan". El propio Li participó en el casting para seleccionar al bailarín que se mete en su papel en el filme: "Hay tres actores en la película, uno niño, otro adolescente y el que hace de Li Cunxin adulto, que es hijo de dos de mis profesores de la academia".

¿Cree que se verá en China la película El último bailarín de Mao? "No lo creo. Por ahora no lo veo factible".